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Basílica - Parroquia
Nuestra Señora de Atocha

Documento


XXXII Domingo de T.O.

7 de noviembre de 2020

 

“Dadnos de vuestro aceite,
que se nos apagan las lámparas...
Mejor id a la tienda y os lo compréis...
Mientras llegó el esposo y
las que estaban preparadas
entraron al banquete... ” 

Salmo responsorial:
Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío

Comentario a la Palabra

La vigilancia, una responsabilidad personal e intransferible

Hay muchas personas que vigilan por la salud de los demás en este momento de pandemia dado que puede tener un impacto significativo en la salud pública. Todos ellos informan para que se tracen estrategias políticas de actuación clínica para el control de la pandemia, asignando recursos que mitiguen las necesidades de las personas contagiadas. La vigilancia es vital y depende de la responsabilidad y la veracidad de todos y de cada uno en particular.

Nosotros, los bautizados, estamos comprometidos en el trabajo por el Reino de Dios, para hacer de este mundo, “un mundo de libertad, de justicia, de amor y de paz, que mantener así la esperanza de todos”. Se espera de nosotros una actitud comprometida, una respuesta digna de un seguidor de Jesús ante las distintas experiencias de la vida. Estamos ungidos por el bautismo “sine die”, o sea, “sin plazo”, “sin fecha”, y tiene un cometido, que ese Reino que es, sea también aquí. Por eso la invitación constante de Jesús: «…  velad, porque nos sabéis ni el día ni la hora».

Tener la lámpara encendida es sinónimo de estar vigilante ante la llegada inminente del Reino, del cual estamos llamados a participar aquí y en la eternidad. Es una cualidad interior (personal) que no puede ser compartida, ni prestada ni vendida. Un ejercicio continuo (la vigilancia), que nos hace permanecer fieles a la llamada, a la experiencia de que ese Reino es y será.

Una búsqueda intensa pero serena

La primera lectura nos hace una invitación: a desear la Sabiduría. Y para acceder a ella, necesitamos una actitud constante de búsqueda y de apertura. Así dice el texto: «Fácilmente la ven los que la aman   y la encuentran los que la buscan. Quien temprano la busca no se fatigará, pues a su puerta la hallará sentada… Ella misma busca por todas partes a los que son dignos de ella…»

La Sabiduría se nos da en plenitud en la Palabra hecha carne, en Jesucristo; Él da sentido a nuestra vida y satisface nuestras aspiraciones. Pero como leemos en el evangelio de san Juan: «la (Sabiduría) Palabra (Jesús), vino a los suyos y no la recibieron».

La búsqueda del Reino de Dios no es nada traumático, ni algo ajeno a nosotros, que esté fuera o lejos. En realidad, se trata de buscarnos a nosotros mismos, de penetrar en nuestra interioridad, de vernos tal cual somos, de sentirnos un “yo” en lo que sentimos y hacemos. En la primera lectura se nos invita a esa búsqueda serena y gozosa de algo que se nos cruza diariamente en el camino, que nos espera sentado en la puerta de nuestra casa (la Sabiduría).

Hoy se nos invita a abrir los ojos y reconocer a Dios en los acontecimientos vividos. Esto requiere el estar vigilantes, tener encendida nuestra lámpara, en el aquí y ahora, en nuestra familia, en la comunidad, en nuestro pueblo o ciudad, en nuestro país, a través de los distintos hechos vividos, sean dolorosos o felices…, a través de esto que llamamos vida. En ella se manifiesta Dios, y nos pide una respuesta evangélica.

El Reino de Dios “está dentro de nosotros”, no tenemos que buscarlo fuera. No es algo material, es una forma de existencia, una manera de responder ante las distintas circunstancias de la vida.

Estemos vigilantes, pues el Señor está presente de una u otra manera en los distintos acontecimientos de nuestra vida. Y esa vigilancia ha de ser serena y confiada en la búsqueda: el Reino está más cerca de lo que pensamos. El buscarlo ya es poseerlo


Juan Manuel López Montero, O.P.
Fraternidad Sacerdotal de Santo Domingo en España

www.dominicos.org/predicacion