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Basílica - Parroquia
Nuestra Señora de Atocha

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XXXII Domingo TO 2022

2 de noviembre de 2022

 

Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”.
No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos.

SALMO RESPONSORIAL:
AL DESPERTAR ME SACIARÉ DE TU SEMBLANTE, SEÑOR

 

Comentario a la Palabra

Fe en Dios y resurrección
La vida después de la muerte es uno de los grandes interrogantes que atraviesan la historia humana. Con sufrimiento experimentamos la muerte, pero, al no tener evidencia de la vida resucitada, sentimos angustia ante una existencia que llegará a su fin. Solo Dios, que nos regala ese don, tiene una palabra sobre la misma. Jesús, respondiendo a los saduceos que negaban la resurrección de los muertos, se apoya en lo que constituye el núcleo de la revelación bíblica del Antiguo Testamento: el vínculo de amistad que Dios estableció con los patriarcas, un vínculo tan fuerte que ni siquiera la muerte puede romper. Su mismo nombre es: Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob; no es Dios de los muertos, sino de los vivos, porque para él todos están vivos.

Pero es desde su profunda e íntima experiencia del Padre que Jesús nos manifiesta que el interés de Dios por la humanidad no es algo limitado a un determinado periodo de tiempo. Dios nos ama siempre, ofreciéndonos la vida eterna como horizonte y plenitud de nuestra historia personal y coronación de su obra creadora en nosotros. Esto no estará a nuestro alcance hasta que vivamos el trauma de la muerte, condición indispensable para este nuevo nacimiento. A la luz de la fe, la tragedia de la muerte no significa el fracaso de una vida, sino el comienzo de su plena realización.

 

¿Quién habita el anhelo de permanencia y salvación?

La sociedad contemporánea parece haber perdido el horizonte de un posible futuro después de la muerte; es evidente que muestra poco interés por la vida eterna; le preocupan más las realidades de este mundo en las que, justamente, se siente profundamente implicada. Sin duda que puede presumir de grandes logros, a la vez que afronta serias crisis que manifiestan su fragilidad, incluso en sus mejores aspiraciones y proyectos. Ello crea inseguridad y origina un vacío de confianza, característica de nuestra época, según una opinión bastante generalizada.

Sin embargo, en el corazón humano no se apaga ese deseo profundo de permanencia, ese anhelo de que las experiencias más bellas y gratificantes de la vida no tengan un límite de tiempo; el horizonte de la vida terrena se antoja demasiado reducido para llenar sus aspiraciones.

Como creyentes en Cristo nos preguntamos si estamos dispuestos nosotros a dar testimonio de que, en lo profundo de esos anhelos, está Dios como el misterio de salvación y de permanencia que buscamos. Que la muerte, que tanto tememos, no significa el fracaso de una vida, sino el comienzo de otra más plena. ¿Cómo vivirlo? ¿Cómo testimoniarlo a nuestros hermanos que se van alejando de la fe?

Mientras Jesús afirma con claridad que los muertos resucitan, no nos desvela los detalles de esa vida nueva que nosotros no podemos imaginar porque escapa a los esquemas de este mundo. Nos gustaría saber más, quizá por el afán de poder controlar el más allá como deseamos controlar el presente. Sin embargo, Jesús se limita a pedirnos una respuesta de fe y confianza en el Dios fiel, que es Padre y quiere que todos sus hijos vivan. Confiados en las promesas de Jesús, nos presentaremos ante el Padre, que es amor y misericordia, y en sus brazos entraremos en esa nueva realidad que colmará todas nuestras aspiraciones.

 

La esperanza que da sentido a nuestro presente
La esperanza en el Dios de la vida se manifestará en cómo afrontamos el presente. Fe en la vida eterna no es una invitación a desviar nuestra atención y compromiso del aquí y ahora, permaneciendo paralizados y vueltos hacia un futuro que no sabemos cuándo llegará. Más bien nos urge a llenar nuestro presente con un significado nuevo, comprometiéndonos con nuestros hermanos a crear un ambiente más humano y fraterno.

El que vive en la esperanza de la resurrección, aún dentro de su pobreza, va sembrando vida con sus palabras, sus gestos, sus decisiones. Es capaz de compartir lo que tiene y lo que vive porque se sabe hermano y compañero de camino en esta peregrinación hacia la casa del Padre. Ahí es donde se juega nuestra fe y nuestra esperanza.

Cristo es nuestro modelo. Él vivió aliviando el sufrimiento y liberando de toda clase de miedos a las gentes que le seguían. Contagiaba una confianza total en Dios. Su preocupación fue hacer la vida más humana, tal como lo desea el Padre. La resurrección de Jesús es la prueba de que su vida y su entrega hasta la muerte tuvieron un sentido.

Es cierto que nuestra fe y confianza son frágiles; las dudas y el desánimo están siempre al acecho. Sin embargo, la Pascua de Cristo, su victoria sobre el mal y la muerte, nos alienta a vivir en la confianza de que él sigue acompañando la humanidad hasta su último destino. Dios que es fiel y nos ha llamado a esta grande esperanza, nos conforta para que un día sea realidad.

Hace poco una persona creyente me comentaba que, salvando las distancias, él entendía la fe como creer y confiar en la cosecha abundante de un campo de trigo, cuando aún es invierno, la semilla ha desaparecido bajo tierra y en las manos tenemos solo un puñado de granos. Creer que Cristo ha resucitado da profundidad a nuestra vida de fe, la hace confiable. De lo contrario ¿cómo podríamos aceptar el invierno, el cansancio, la espera si no hubiera verano ni cosecha? "Dios es de los vivos, no de los muertos, porque para él todos viven”.

 

Fray Pedro Luis González González OP

Convento el Santísimo Rosario (Madrid)

www.dominicos.org/predicacion

 

Gracias por tanto

Este es el lema del Día de la Iglesia Diocesana 2022 que se celebra el domingo 6 de noviembre. El secretariado para el Sostenimiento de la Iglesia nos invita a colaborar con nuestra parroquia aportando lo que tenemos: tu tiempo, tu cualidades, tu colaboración económica y tu oración.

 

Colabora con tu TIEMPO

Dedica algo de tu tiempo en tu parroquia a los demás. El tiempo que puedas: media hora, una, tres horas... Lo que se ajuste a tu situación de vida. Hay muchas actividades en las que puedes ayudar Catequesis; Lectores Eucaristías Cáritas en tu parroquia; Puede ser con tu oración...

 

Colabora con tus CUALIDADES

Tenemos mucho que podemos dar a los demás. Por eso, cada uno puede aportar un poco de lo que sabe: una sonrisa cercana, una mano que apoya un hombro desconsolado, remangarte cuando sea necesario, acompañar en silencio al que sufre. Pon al servicio de los demás en tu parroquia no solo lo que tienes, también lo que sabes, lo que eres.

 

Colabora con una APORTACIÓN PERIÓDICA
Con tu aportación periódica ayudas más, porque permiten elaborar presupuestos y mejorar la utilización de los recursos y planificar acciones a medio y largo plazo. En las mesas de las entradas a la Basílica puedes encontrar una FICHA PARA INSCRIBIRTE PARA ESA COLABORACIÓN ECONÓMICA PERIÓDICA que permite a la parroquia llevar a cabo su misión, además de afrontar los gastos del templo y las reparaciones. Entrega la ficha en la secretaría de la parroquia o el despacho parroquial.

 

Colabora con tu ORACIÓN
No solo se trata de hacer, también puedes rezar por tu parroquia porque tu oración es necesaria y será el alma de toda la actividad que se realice. Con ella, los frutos serán mayores y más permanentes.