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Basílica - Parroquia
Nuestra Señora de Atocha

Documento


XXXI Domingo TO 2021

28 de octubre de 2021

 

El primer mandamiento es:
«Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.» El segundo es éste:
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo»

No hay mandamiento mayor que estos.

Salmo responsorial:

Yo te amo Señor, tú eres mi fortaleza

Comentario a la Palabra

Un escriba se acercó…

Para la tradición bíblica, el so-fer (“escriba”) gozaba de prestigio intelectual en Israel, ya que estaba consagrado a estudiar, interpretar y aplicar la Ley. Su intervención en cuestiones de legislación civil, religiosa y ritual le daba autoridad y respeto.

La pregunta que dirige a Jesús no versa sobre su conocimiento o desconocimiento de la Ley, sino sobre la forma cómo enseña, interpreta y aplica la Ley. ¿Será que el escriba se siente cuestionado por la autoridad y la libertad de Jesús frente a la Ley, a las tradiciones y a las instituciones judías? ¿Cuál será fuente de la autoridad y de la libertad de Jesús?

Jesús no es un transgresor ni un evasor de la Ley. Lo revolucionario de la actitud de Jesús radica en que en su observancia de la Ley se combinan su libertad, su fidelidad y su compromiso con el Padre, con el Reino y con aquellos que el sistema margina. La libertad, la fidelidad y el compromiso de Jesús están potenciados por la misma Ley que invita a amar a Dios (cf. Dt 6,5) y al prójimo (cf. Lv 19,18).

Un único mandamiento…

La respuesta de Jesús al escriba revela el espíritu más profundo de la Ley: no hay santidad real sin un amor exclusivo, total y preferente a Dios, y que, al mismo tiempo, se traduzca en un amor solidario y comprometido con prójimo. Sin un amor real y concreto por el prójimo (que es imagen de Dios), todo intento de amor a Dios se reduce al plano de las ideas, de las intenciones y de los discursos.

Dios ha creado al ser humano a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26-27) para que toda búsqueda de Dios comience por el rostro y el corazón del prójimo. En su misterio más profundo, cada persona puede revelar a Dios. En este sentido, el prójimo tiene una función mediadora: es la forma concreta de visibilizar el amor a Dios. El prójimo es un punto de encuentro con Dios en la historia.   

Sin abolir la Ley, ni los mandamientos, ni los preceptos, Jesús centraliza el espíritu de la Ley en un único mandamiento con dos aspectos necesariamente complementarios. El amor al prójimo siempre será el criterio de credibilidad del amor a Dios. En términos del autor de 1 Jn: “El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?” Cerca del Reino de Dios…

Todo encuentro con Jesús es transformante y conlleva una conversión de la inteligencia, de las actitudes y del corazón. La respuesta del escriba denota el inicio de un cambio de lógica: el paso de la lógica formal (legal-ritual) a una lógica evangélica (teologal-proexistencial).

Una religiosidad sin solidaridad y una espiritualidad sin caridad son realidades autorreferenciales y vacías. Una verdadera religiosidad y una autentica espiritualidad hacen que la experiencia de Dios se traduzca en gestos concretos de amor, perdón y cercanía. Estos gestos hacen visible y posible el Reino de Dios.

La Ley tiene la función de orientar el corazón hacia Dios y hacia el prójimo. Pero también tiene la función de iluminar la libertad para que el culto a Dios sea “en espíritu y en verdad” (cf. Jn 4, 23); y para que el vínculo con el prójimo sea de una fraternidad en la caridad y la dignidad. Elegir amar a Dios es elegir amar al prójimo. Sólo así, el Reino se hace presente en la historia y en el corazón humano. El amor es la Ley del Reino.

 

Fray Javier Abanto O.P.

Convento de Santa Sabina (Roma)  

www.dominicos.org/predicacion

Festividad de Todos los Santos

La fiesta de todos los santos que celebramos, es una instancia propicia para traer a la memoria y pasar por el corazón, los nombres y la vida de tantos hermanos y hermanas, en los que hemos visto la santidad de Dios. La Plegaria Eucarística II nos recuerda: «Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad”. Ser santo es habernos dejado llenar de esa propiedad de Dios. El Papa Francisco nos dice: «Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra.» (GE 14) Esta percepción de la santidad es la misma que llevó a Fr. Betto a escribir una novena a Santo Domingo en el tiempo que estuvo cautivo. Parece oportuno en este año que celebramos el jubileo por Dies Natalis de nuestro padre releer, «Domingo de Guzmán desde la cárcel».

Esta fiesta es también una oportunidad para renovar nuestra esperanza frente al momento que vivimos. Una esperanza que es paciente pero no resignada. Una esperanza que nos renueva desde lo medular de nuestra fe en el Dios de la vida. Esa esperanza que vemos en la santidad cotidiana «Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces “la santidad de la puerta de al lado”, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, “la clase media de la santidad”.» (GE 7). Esta vivencia peregrina que se encamina al encuentro con nuestros hermanos y hermanas santos, que hoy celebramos, y que ya comparten plenamente la vida plena con Dios.

 

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Pequeño itinerario inspirado en la exhortación apostólica Gaudete et Exultate. En ella, el Papa Francisco, nos llamaba a la santidad en el mundo actual, y nos indica que «la santidad no es sino la caridad plenamente vivida».

Primero. LOS SANTOS

Para reconocer cuál es esa palabra que el Señor quiere decir a través de un santo, hay que contemplar el conjunto de su vida, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona. [22]

Segundo. TAMBIÉN PARA TI

“Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra.”[14] Esta invitación a la Santidad es para todos, “También para ti” y se lleva a cabo y va creciendo en los pequeños gestos diarios, que muchas veces nos pasan desapercibidos. [14]

Tercero. RECONOCER LA PALABRA

Escucha a Dios en la oración y reconoce los signos que él te da, pregunta siempre al Espíritu qué espera Jesús de ti en cada momento de tu existencia y en cada opción que debas tomar, para discernir el lugar que eso ocupa en tu propia misión. [23]

Ojalá puedas reconocer cuál es esa palabra, ese mensaje de Jesús que Dios quiere decir al mundo con tu vida. Déjate transformar, déjate renovar por el Espíritu, para que eso sea posible. [24]