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Basílica - Parroquia
Nuestra Señora de Atocha

Documento


XXIX Domingo TO 2021

17 de octubre de 2021

 

«El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos»

Salmo responsorial:

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti

Comentario a la Palabra

El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor

La primera lectura consta de solo dos versículos (Is 53,10-11) que pertenecen al cuarto cántico del Siervo de Dios y son la conclusión de dicho cántico (Is 52,13-53,12). Los cristianos aplicamos a Jesucristo el contenido del cántico, identificándolo con el “Siervo de Dios”. Tal relación la establece el mismo Nuevo Testamento (cf. Mt, Lc, Hch, Rm, 2 Cor, Hb, 1 Pe) y orienta la reflexión teológica en esta misma dirección, si bien carezcamos de una clave de lectura adecuada para aplicar al contenido del cántico. El texto manifiesta el modo “misterioso” del obrar de Dios, que escribe derecho con renglones torcidos. Lo que todos necesitamos es la clave de lectura para interpretar y profundizar en la voluntad de Dios. El Siervo de Dios y el mismo Jesucristo han experimentado en su propia carne el contenido del cántico. Jesucristo fue “triturado por el sufrimiento” y “entregó su vida como expiación”, tal como aparece en la institución de la Eucaristía: «Tomad, esto es mi cuerpo… esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos» (Mc 14,22-23).

El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor

La segunda lectura presenta a Jesucristo no ya como Siervo de Dios sino con las características sublimadas de Sumo Sacerdote. La referencia al Antiguo Testamento aparece clara en la figura de tal personaje. Ahora bien, llamar a Jesucristo «Sumo Sacerdote» no debiera confundirnos si lo colocamos en la línea del Antiguo Testamento. La misma carta a los Hebreos distingue claramente a los Sumos Sacerdotes del Antiguo Testamento respecto del Sacerdocio de Jesucristo, afirmando que Jesucristo «no necesita ofrecer sacrificios cada día como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo, porque (Jesucristo) lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo» (Hb 7,278). Entre el Antiguo y el Nuevo Testamento hay continuidad, pero también discontinuidad. Jesucristo puede ser considerado como Sumo Sacerdote, usando la terminología del Antiguo Testamento (y esta es continuidad), pero Jesucristo difiere totalmente del sacerdocio del Antiguo Testamento (y esto es discontinuidad). No se trata solo de terminología, de palabras, sino de alcanzar a descubrir la radical diferencia entre el sacerdocio del Antiguo Testamento y el de Jesucristo. Así hablamos de un «sacerdocio nuevo», referido a Jesucristo, y de una «alianza nueva», sellada con la sangre de Jesucristo, y de un «templo nuevo», en el que Jesucristo ha sido constituido «medio de propiciación, mediante la fe en su sangre, para mostrar su justicia pasando por alto los pecados del pasado... a fin de manifestar que era justo y que justifica al que tiene fe en Jesús» (cf. Hb 3,25-26).

El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor

La coherencia de la fe cristiana contrasta con la actitud de los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, que pretenden ocupar los primeros puestos en la gloria de Jesús, lo que motiva la intervención del Señor con la correspondiente catequesis. Esta escena aparece en Mateo (20,20-28) y en Marcos y está precedida por el tercer anuncio de la pasión del Señor (Mt 20,17-19; Mc 10,32-34), con el que el Señor avisa e instruye a sus discípulos de lo que está por venir: «El Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; lo condenarán a muerte… y lo matarán; pero a los tres días resucitará» (Mc 10,33-34). En tal situación resulta sorprendente la petición de Santiago y de Juan pidiendo puestos de honor en el reino que suponen inmediato. Las primeras palabras de Jesús son decisivas, pero no fueron comprendidas por los dos hermanos, pues el Señor les dice: «No sabéis lo que pedís» (Mc 10,38), para explicarles a continuación que tal puesto ya está reservado (cf. Mc 10,40). A primera vista parece que los dos hermanos han sido puestos en evidencia por el Señor frente a los demás discípulos. Pero no es así, dado que «los otros diez» se indignaron contra Santiago y Juan por haber expresado su petición, cosa que en el fondo parece ser la aspiración de todos ellos, dado que el Señor les explica el contraste existente entre los poderosos de este mundo, que tiranizan y oprimen a los demás con tal de mantenerse en el poder, y por otra parte el estilo del reino de Dios, que parece ser paradójico, puesto que el Señor explica a todos sus discípulos que «el que quiera ser grande… que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos» (Mc 10,43-44). Las palabras del Señor hemos de tomarlas muy en serio, porque son la clave de lectura de la enseñanza que propone a todos sus discípulos. Entendamos bien que el punto de comparación no es una bonita idea ni consiste en bonitas palabras, sino que la enseñanza que Jesús propone a todos sus discípulos la presenta a partir de su propio ejemplo, dado que les dice: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10,45). Esta es la enseñanza que todos los cristianos tenemos que aprender y tratar de practicar cada día en relación con las personas con quienes vivimos. Tal enseñanza no es difícil de entender. La dificultad está en llevarla a la práctica, pues para conseguirlo tenemos que dejar atrás nuestro arrogante y engreído «yo», ese «yo» que todos llevamos muy arraigado dentro de nosotros, como ponen de manifiesto los dos hermanos, Santiago y Juan, y los demás discípulos.

 

Fray José Mª Viejo Viejo O.P.

Convento de La Virgen del Camino (León)  

www.dominicos.org/predicacion

Sínodo de los obispos 2021-2023

“Por una Iglesia sinodal” Comunión | Participación | misión

Con esta convocatoria, el Papa Francisco invita a toda la Iglesia a interrogarse sobre un tema decisivo para su vida y su misión: «Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio». Este itinerario, que se sitúa en la línea del «aggiornamento» de la Iglesia propuesto por el Concilio Vaticano II, es un don y una tarea: caminando juntos, y juntos reflexionando sobre el camino recorrido, la Iglesia podrá aprender, a partir de lo que irá experimentando, cuáles son los procesos que pueden ayudarla a vivir la comunión, a realizar la participación y a abrirse a la misión. Nuestro “caminar juntos”, en efecto, es lo que mejor realiza y manifiesta la naturaleza de la Iglesia como Pueblo de Dios peregrino y misionero.

Una pregunta fundamental nos impulsa y nos guía: ¿cómo se realiza hoy, a diversos niveles (desde el local al universal) ese “caminar juntos” que permite a la Iglesia anunciar el Evangelio, de acuerdo a la misión que le fue confiada; y qué pasos el Espíritu nos invita a dar para crecer como Iglesia sinodal?

Enfrentar juntos esta cuestión exige disponerse a la escucha del Espíritu Santo, que, como el viento, «sopla donde quiere: oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va» (Jn 3,8), permaneciendo abiertos a las sorpresas que ciertamente preparará para nosotros a lo largo del camino. De este modo, se pone en acción un dinamismo que permite comenzar a recoger algunos frutos de una conversión sinodal, que madurarán progresivamente. Se trata de objetivos de gran relevancia para la calidad de vida eclesial y para el desarrollo de la misión evangelizadora, en la cual todos participamos en virtud del Bautismo y de la Confirmación. Indicamos aquí los principales, que manifiestan la sinodalidad como forma, como estilo y como estructura de la Iglesia:

  • hacer memoria sobre cómo el Espíritu ha guiado el camino de la Iglesia en la historia y nos llama hoy a ser juntos testigos del amor de Dios;
  • vivir un proceso eclesial participado e inclusivo, que ofrezca a cada uno – en particular a cuantos por diversas razones se encuentran en situaciones marginales – la oportunidad de expresarse y de ser escuchados para contribuir en la construcción del Pueblo de Dios;
  • reconocer y apreciar la riqueza y la variedad de los dones y de los carismas que el Espíritu distribuye libremente, para el bien de la comunidad y en favor de toda la familia humana;
  • experimentar modos participados de ejercitar la responsabilidad en el anuncio del Evangelio y en el compromiso por construir un mundo más hermoso y más habitable;
  • examinar cómo se viven en la Iglesia la responsabilidad y el poder, y las estructuras con las que se gestionan, haciendo emerger y tratando de convertir los prejuicios y las prácticas desordenadas que no están radicadas en el Evangelio;
  • sostener la comunidad cristiana come sujeto creíble y socio fiable en caminos de diálogo social, sanación, reconciliación, inclusión y participación, reconstrucción de la democracia, promoción de la fraternidad y de la amistad social;
  • regenerar las relaciones entre los miembros de las comunidades cristianas, así como también entre las comunidades y los otros grupos sociales, por ejemplo, comunidades de creyentes de otras confesiones y religiones, organizaciones de la sociedad civil, movimientos populares, etc.;
  • favorecer la valoración y la apropiación de los frutos de las recientes experiencias sinodales a nivel universal, regional, nacional y local.