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Basílica - Parroquia
Nuestra Señora de Atocha

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IV Domingo de Adviento 2022

18 de diciembre de 2022

 

Un ángel del Señor que le dijo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo
de los pecados».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.

SALMO RESPONSORIAL:
VA A ENTRAR EL SEÑOR, ÉL ES EL REY DE LA GLORIA

 

Comentario a la Palabra

El rey Ajaz era descendiente de David. Como sus antecesores, había sido ungido sacramentalmente para que desempeñase bien su reinado, siendo fiel a Dios, que era el verdadero Rey de Judá. Pero Ajaz no le era fiel. Ciertamente, era un pésimo gobernante. Además, sabía que fácilmente podía perder su reino, porque estaba en una situación muy delicada ante el creciente poder de Asiria (que deseaba hacerse con el control de Oriente Próximo) y el de sus dos oponentes: Siria y Efraín.

El reino de Judá era pequeño y pobre, y poco podía hacer por sí solo para oponerse a esos otros reinos. Todos ellos deseaban reemplazar a Ajaz en el trono de Judá para poner en su lugar a un gobernante vasallo que les apoyara. Por eso la dinastía de David se hallaba en una situación muy delicada. Todo hacía presagiar que, antes o después, de un modo u otro, Ajaz sería eliminado y, de esa forma, acabaría la sagrada dinastía que el mismo Dios constituyó en tiempos de David, más de doscientos años atrás.

Pero Dios, por medio del profeta Isaías, le prometió a Ajaz que su dinastía iba a continuar. Es así como comienza el texto del libro de Isaías que hemos escuchado, cuando el propio Dios anima a Ajaz a pedirle una señal que le haga ver que su promesa se cumplirá. Sin embargo, Ajaz se negó a pedir una señal a Dios, no porque no quisiera tentarle, sino porque no le interesaba lo que Dios le pudiera decir. Daba igual la señal que Dios le diese: Ajaz no se fiaba de Él. Y entonces Isaías, hablando en nombre de Dios, le anunció el nacimiento del Mesías, aquel que llevaría a su plenitud la dinastía davídica, el Hijo de Dios.

Aquello pasó siete siglos antes del cumplimiento de esta promesa. Pero lo que nos narra el pasaje evangélico que acabamos de escuchar ocurrió sólo unos meses antes. Como Ajaz, el bueno de José tenía sus propios planes. Era un humilde carpintero de Galilea. Hacía poco que se había desposado con una joven campesina llamada María, aunque todavía no vivían juntos. Pero, sorprendido y consternado, descubrió que aquella joven se había quedado embarazada. Sin embargo, en lugar de dejarse llevar por la ira, denunciándola ante las autoridades, tuvo compasión de ella y decidió repudiarla en secreto. Entonces, como pasó con Ajaz, Dios habló con José para comunicarle sus planes salvíficos, los cuales estaban a punto de cumplirse. Y José, a diferencia de Ajaz, confió totalmente en Dios. Es más, podemos imaginar el alivio que José sintió cuando en sueños el ángel le comunicó que María no era una pecadora sino todo lo contrario, pues había aceptado ser la Madre de Dios.

Nosotros, como Ajaz y José, somos hijos de Dios. Y, como ellos, estamos invitados a aceptar su plan salvífico, en el cual es fundamental la Encarnación del Mesías en este mundo. Por eso, si queremos formar parte de este plan, es necesario que aceptemos en nuestro corazón que el mismísimo Hijo de Dios se encarnó en este mundo y habitó entre nosotros.

El apóstol san Pablo, en su proceso de conversión, cuando pasó de ser un perseguidor de la Iglesia a ser uno de sus apóstoles, aceptó plenamente el plan salvífico de Dios, integrando en su propia vida la Encarnación del Mesías. Por eso, cuando escribe a la comunidad cristiana de Roma, afirma que el Evangelio que él predica se refiere al «nacido, según la carne, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo, nuestro Señor».

Dentro de unos pocos días celebraremos la Navidad. Pues bien, si queremos vivirla realmente, cada uno de nosotros debemos ahora meditar lo que realmente significa que Dios tenga un plan salvífico para nuestra vida, para nuestra familia y para nuestra comunidad. Y debemos ser muy conscientes de que en ese plan es fundamental la Encarnación de Jesucristo.

Al rey Ajaz le trajo sin cuidado el anuncio de la Encarnación, porque era un egoísta. En cambio, a José le cambió totalmente la vida, pues optó por actuar según la voluntad de Dios, en consonancia con su plan salvífico.

Como hubiera hecho Ajaz, ¿voy a dejar que esta fiesta de Navidad pase superficialmente, sin transformar mi vida? O, como hizo José, ¿voy a escuchar lo que Dios me comunica por medio de su Palabra y voy a actuar según su voluntad, acogiendo a Jesús en mi corazón?

Fray Julián de Cos Pérez de Camino OP

Real Convento de Predicadores (Valencia)

www.dominicos.org/predicacion

 

María en el Adviento

Adviento, tiempo de espera y esperanza, porque en el seno de María crece el germen de una vida nueva. El Hijo de Dios se encarna en su seno y toma nuestra propia humanidad. “Dios se hace hombre para que el hombre se convierta en Dios” (San Irineo).
María vivió el Adviento más profundo y real: en espera esperanzada de una madre encinta que aguarda con júbilo el momento del parto, el momento de dar a luz al esperado de los pueblos, al anunciado por los profetas, al Emmanuel, a Dios hecho hombre. “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo que se llamará Emmanuel” (Isaías 7,14).

En María culmina la espera de Israel porque en ella se encarna el anunciado de parte de Dios por los profetas. María abrió su corazón y sus entrañas a la acción del Espíritu Santo. María fue la llena de gracia. “El Señor está contigo”, le dirá el ángel Gabriel (Lc 1,28). Dios está en ella y con ella. María, siendo una criatura, está ungida, tan unida a su Creador que es una misma cosa con él. Antes que Pablo pudo exclamar: “No soy yo es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Cristo vive en María y María vive sumergida en Dios. Si los místicos hablan del matrimonio espiritual, la primera creatura en vivirlo en su plenitud fue María. María es la mística por excelencia, el arquetipo de la vida contemplativa. Ella no solamente fue madre de Jesús en la carne, sino que es la esposa amada del Verbo. María nos enseña a vivir el Adviento desde la sencillez, el asombro y la gratitud. Desde el silencio y la adoración al niño que lleva en su seno. Aquel que viene, que ya está a la puerta y llama, queriendo nacer en tu corazón y en el corazón de la humanidad. San Agustín afirma: “María concibió a Dios en su corazón antes que en su cuerpo”

María acoge con todo su ser la Palabra hecha carne. Su propia sangre fue la sangre de Cristo. Por las venas de Cristo corre la sangre de María; Jesús se encarna, por obra del Espíritu Santo, en el seno de una doncella virgen. María hizo posible la primera Navidad. María, la joven mamá, fue la primera en acoger el llanto del recién nacido, junto con su esposo José, la primera en sentir el latido de su tierno corazón y de estrecharlo en su regazo maternal con entrañas de madre y virgen.

Años después, María será quien también acoja el último suspiro de su Hijo muriendo en una cruz como un malhechor. Ella estará al pie de la cruz con la misma fe, firmeza, fortaleza y amor que cuando el ángel Gabriel le anunció: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Y he aquí, concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de su padre David” (Lc 1,30-32). Ante la evidencia de la muerte de su hijo, ¿cómo seguir creyendo en las promesas del ángel? ¡Profunda fe la de María! La cruz se presentaba como el final de toda esperanza, pero María ve en ella el árbol de la vida. El cumplimiento del plan salvífico de parte de Dios. En la cruz es donde realmente este niño nacido en Belén, llamado Emmanuel, se manifiesta como el Mesías y el Salvador. En la bajeza de un malhechor, Jesús manifiesta su poder salvífico para toda la humanidad.

María nos enseña el camino para que Jesús nazca en nuestro propio interior: fe incondicional en las promesas de Dios, confianza, entrega y fidelidad al plan de Dios. Pues, Dios para cada uno de sus hijos tiene un plan, un proyecto. María nos enseña a hacer la voluntad del Padre y a ser fieles al plan de Dios. “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Esta podía ser una oración de Adviento. Una oración repetida continuamente para que se encarne en nuestro corazón y anide en él.

Vivir el Adviento a la luz de María conlleva ser personas generosas, interiorizadas, silenciosas y orantes, dándose del todo al TODO, para que él pueda en- carnarse en nuestro interior y vivir en su intimidad, en comunión con nuestros hermanos y hermanas en humanidad; para que seamos hombres y mujeres de paz y concordia. Si así vivimos el Adviento, la Navidad será una realidad en nuestro corazón, en las familias y en nuestra sociedad.

En Navidad nace el Emmanuel, el Dios-con-nosotros: un niño, pobre, pequeño y necesitado de cuidados, como todo niño. Numerosos son los hombres y mujeres con los que nos encontramos diariamente, necesitados de pan y de hogar, de cariño y amistad, viviendo sintecho ni esperanza, para quienes el Adviento no tiene ningún sentido, ni tampoco la Navidad. ¡Abrámonos a la esperanza! Tal vez en adelante seamos más conscientes de lo que significa el Adviento y la Navidad y, desde un corazón purificado, acogeremos la VIDA, a Cristo entre nosotros.

Los cristianos estamos llamados a ser hombres y mujeres de fe y confianza que transmiten al mundo el júbilo del nacimiento de Jesús, el Mesías, el Salvador. Porque solamente él puede erradicar tantas y tantas carencias, injusticias y necesidades como hay en el mundo. Él puede curarnos de esta pandemia y consolarnos de tanto y tanto llanto y sufrimiento que muchas otras pandemias nos causan. Ante la realidad concreta de la sociedad en la que vivimos hemos de sembrar semillas de solidaridad, esperanza y amor para que la Navidad sea una realidad en todos los corazones, pese a que este año, externamente, sea diferente

Fuente: Eclesalia Informativo