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Basílica - Parroquia
Nuestra Señora de Atocha

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II Domingo Pascua 2023

16 de abril de 2023

 

Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». .

SALMO RESPONSORIAL:

DADA GRACIAS AL SEÑOR PORQUE ES BUENO,

PORQUE ES ETERNA SU MISERICORDIA

 

Comentario a la Palabra

En los domingos de Pascua se nos presenta la realidad que significa cada domingo cristiano a lo largo del año. Frecuentemente hemos convertido la celebración dominical en el mero cumplimiento de un deber, de un precepto, o simplemente un acto de devoción individual, de un contacto privado entre Dios y mi alma, sin referencia a la comunidad ni a la construcción del Reino de Dios.

La lectura del Evangelio de hoy nos muestra, por el contrario, cuál es el contenido e importancia del domingo. A él se llega como meta y conclusión de toda la semana: nuestros anhelos, trabajos, fracasos, tareas, logros.... En él se celebra todo eso en comunidad con el Señor resucitado y en la fuerza del Espíritu. De él se sale enviados otra vez, pero con nuevas fuerzas a la misión que consiste en vivir y colaborar con el Reino de Dios en la vida cotidiana cada cual según su carisma, sinodalmente: ” discípulos y discípulas caminando juntos en salida”.

Un autor ortodoxo decía que “el pecado mayor y raíz de todo pecado es el no reconocer la presencia de Jesús Resucitado en medio de nosotros”. Por el contrario en las lecturas de hoy se nos señala cómo es esta presencia y qué efectos tiene para la persona, para la comunidad y, través de ella, para la sociedad.

Con cuatro verbos podemos señalarlo: “conocerle”, “reconocerle”, “reconocerme”, “reconocernos”.

 

“Conocerle"
Gracias a la experiencia de la resurrección, los discípulos conocen que Jesús no está muerto. Que el Resucitado es el mismo que el Crucificado (sus llagas lo muestran) y que sigue teniendo con ellos y con todos las mismas actitudes de entrega amorosa que lo llevaron a la cruz: “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1): “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Este Jesús, crucificado y resucitado, no es un ausente ni un impotente, lejano y distante. Resucita para continuar su presencia y su acción liberadora, pero ahora en la plena potencia de su existencia glorificada.

 

“Reconocerle”
Debido a este conocimiento, posible por la fe, Tomás lo “reconoce”. No ve solo a Jesús como antes de su resurrección, ni tampoco lo ve lo mismo. Lo reconoce como Dios y Señor, títulos reservados al Padre en el At y que hubiesen constituido, para un judío fiel como Tomás, una horrible blasfemia, si se los hubiese atribuido a Jesús, sin esta apertura del Espíritu, a la revelación que iniciaba el Nuevo Testamento.

 

“Reconocerse”
La fe es una relación, no una ideología. La ideología se queda en coleccionar ideas, la relación interpersonal involucra, cambia, transforma la vida y su curso posterior. Tomás no dice teóricamente que Jesús es Dios y Señor, sino que lo confiesa: “Señor “mío”y Dios “mío”. Es un nuevo Tomás el que está naciendo ahora, con una nueva comprensión de su identidad, su proyecto vital, su tarea, su futuro, incomprensibles ya, e inconcebibles sin el protagonismo de Jesús resucitado en su existencia.

 

“Reconocernos”
Lo que la fe ha producido en Tomás y en los otros discípulos, no se queda en una vivencia individualista. Por ella son constituidos en una comunidad a través de la cual Jesús sigue salvando. La frase sobre el perdón de los pecados, lo señala. No se trata simplemente del sacramento de la reconciliación (penitencia, confesión), sino de la labor total de Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y que se va realizando en toda obra de superación de las injusticias, las agresiones, las enemistades, los rencores, las culpabilidades morbosas y produce la reconciliación, la humanización, la paz.

Para ver esta obra del Resucitado a través de la vida, celebración y predicación de la comunidad eclesial el texto de la Carta de san Pedro, que proclamamos en la segunda lectura, nos habla de las actitudes interiores de la persona que se van produciendo si caminamos con fidelidad en este camino de seguimiento del Resucitado: fe, fuerza, esperanza, alegría en medio de las luchas, vida nueva, premio, salvación, amor a Jesús aun sin verlo corporalmente.

Y en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, el retrato ideal de lo que debe ser una verdadera comunidad, nos señala los elementos que nunca deben faltar en esta: la enseñanza de los apóstoles, la eucaristía (fracción del pan), el compartir y compartirse para que nadie pase necesidad, la oración en común, la alegría en medio de las pruebas, y la apertura para recibir como hermanos a los que el Señor vaya atrayendo a formar familia con nosotros.

Todo esto se celebra, se anuncia, se vive y se ha de testificar en nuestra celebración dominical como núcleo y central energética de nuestra vida y misión.

¿Qué importancia y significación tiene para mi vida la celebración de la Eucaristía dominical?

¿Cómo me resuenan en el interior los verbos: “conocerle”, “reconocerle”, “reconocerse” y “reconocernos”?

 

Fr. Francisco José Rodríguez Fassio OP
Convento to Domingo Ra’ykuéra – Asunción (Paraguay)

www.dominicos.org/predicacion

 

 Alegría en Pascua

En estos días nuestra liturgia se llena de una palabra, alegría. Inmediatamente surge la pregunta ¿es posible la alegría cuando tanta gente sigue crucificada? ¿Se puede celebrar la Pascua cuando en buena parte del mundo es Viernes Santo? ¿No hay algo de falsedad en nuestros cantos de gozo pascual?

Estamos alegres, no porque han desaparecido el hambre y las guerras, ni porque han cesado las lágrimas, sino porque sabemos que Dios quiere la vida, la justicia y la felicidad de los desdichados. Y porque creemos que lo va a lograr. Nuestra alegría pascual se alimenta de esa esperanza. Por eso, no olvidamos a quienes sufren. El saber que Dios hará justicia a los crucificados no nos vuelve insensibles.

Vistas así las cosas, hay que decir que la resurrección se hace presente y se manifiesta allí donde se lucha y hasta se muere por suprimir el sufrimiento que se puede evitar. Y aquí es donde, sobre todo, tiene que hacerse presente y tangible la fe en la resurrección: sufriendo por suprimir el sufrimiento y hasta muriendo por evitar la muerte. De donde resulta que comprometerse por la fe en Jesús Resucitado es lo mismo que comprometerse por la lucha a favor de la vida. Por una vida más humana, más plena, más completa y más feliz para todos.

No son preguntas retóricas, sino interrogantes que nacen para nosotros creyentes desde el fondo de nuestro ser cristiano. Parece que sólo podríamos vivir alegres en un mundo sin llanto ni dolor, aplazando nuestros cantos y reprimiendo nuestro gozo para no ofender el dolor de tantas víctimas. Ciertamente, no se puede celebrar la Pascua de cualquier manera. La alegría pascual no tiene nada que ver con la satisfacción de unos hombres y mujeres que celebran su propio bienestar, ajenos al dolor de los demás. La alegría pascual es otra cosa.