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Basílica - Parroquia
Nuestra Señora de Atocha

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II Domingo de Navidad C

2 de enero de 2022

 

“Y el Verbo se hizo carne
y habitó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad ”

 

SALMO RESPONSORIAL:

EL VERBO SE HIZO CARNE Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS.

 

Comentario a la Palabra

La Celebraciones litúrgicas de la fiesta de la Navidad son como una gran catequesis. El evangelista que se lleva la palma a la hora de hablar de la Navidad es, sin lugar a duda, San Lucas. Lo relata todo con el máximo de detalles. Mateo y Marcos le siguen a la zaga. Pero hay un evangelista que nos lo pone más difícil. Se trata de Juan. El prólogo nos dice: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.”. Así empieza. El Verbo, la Palabra... Se dice que Juan es el más teólogo de losevangelistas. O que su evangelio, por ser el más tardío posiblemente es el teológicamente más elaborado. Juan hace una lectura teológica profunda de la persona y la obra de Jesús. También nos adelanta lo que va a ocurrir con Jesús. Este niño que nos ha nacido en Belén no es un niño cualquiera. Es el Verbo, la Palabra de Dios pronunciada, hecha carne, hecho hombre. El Dios encarnado. Muchos, ante el aparente silencio de Dios, sobre todo en acontecimientos que, en la historia universal y en la historia personal de cada uno, nos hacen sufrir, se preguntan sobre el aparente silencio de Dios. Pero para nosotros, los creyentes, Dios no calla. Dios ya ha hablado a través de Jesús. Él es su Palabra encarnada. Jesús es Dios hablando, a la humanidad, a la historia. Pero toda palabra adquiere su sentido pleno cuando después de ser pronunciada es escuchada. ¿Se trata del silencio de Dios, o de nuestra incapacidad para acoger su Palabra?

 

Juan en su prólogo va a anunciarnos esta gran noticia: Dios habla por medio de Jesucristo. Pero a la vez va a ponernos sobre aviso de un drama: la Palabra de Dios pronunciada a la humanidad no va a ser escuchada. Viene a los suyos y no va a ser acogido, sino rechazado. Porque los hombres, la humanidad, va a preferir las tinieblas a la luz. Jesús es la Luz del mundo. El rechazo de Jesús llega hasta nuestros días. Hoy no está de moda ser creyente. Los cristianos nos hemos quedado fuera de juego en un mundo que necesita otras cosas y pone su esperanza en el progreso y en la capacidad humana, que cree adueñarse de todo. Sin embargo, la Navidad nos recuerda hoy que la oferta de Dios sigue abierta para cada uno de nosotros. La Navidad nos pone ante la gran decisión de nuestra vida, porque Dios hecho hombre, hecho niño, sigue llamando a la puerta de nuestro mundo y la puerta de nuestro corazón y de nuestra vida. Acoger a Jesús va a significar para nosotros la posibilidad de ser hijos de Dios, si creemos en su nombre. Acoger a Jesús es una decisión libre. La fe no se impone, se propone.

 

Para el creyente la fe no es una realidad pasada de moda que nos infantiliza. Todo lo contrario. Abrir la puerta al Verbo de Dios hecho carne nos descubre la verdadera grandeza del ser humano. Si es así podremos adquirir la verdadera y auténtica sabiduría. Con Jesús y la Buena Noticia, que es Él para quienes le acogen, podemos lograr una nueva forma de entendernos a nosotros y a los demás y de vivir nuestro mundo y nuestra historia.

 

Nosotros como seguidores de Jesús, como creyentes, estamos llamados a ser, personalmente y como Comunidad Cristiana, voz de la Palabra en medio de nuestro mundo. Si calla la voz ¿cómo podrá nuestro mundo escuchar la Palabra? De ahí nuestra responsabilidad. Nuestro testimonio y nuestra vida han de hacer presente a Jesucristo y la Buena Noticia del Evangelio.


Fray Francisco José Collantes Iglesias O.P.

Convento Sta. Cruz La Real de Granada

www.dominicos.org/predicacion

 

La paz de Dios y otras paces

La anécdota es cierta y es buena para estos días de Navidad. En la ciudad de Barcelona una madre asiste a la Eucaristía con su hijo de ocho años. Llaga el momento del rito de la paz, la madre se vuelve hacia su hijo y le da la mano como se acostumbra a hacer en la parroquia. La madre dice al hijo: “La paz...” Ante su sorpresa el niño responde: “¿la paz? ¿qué paz?”. La madre repite: “la paz”. Y el niño: “La paz no, la paz de Dios, porque los hombres después de hacer las paces no hacen más que pelearse”.

Los niños retratan a los mayores, que nos llenamos la boca con palabras a las que no damos contenido verdadero y no digamos contenido evangélico. Porque, en eso de la búsqueda de la paz, al menos en este país nuestro, cada vez está más claro que ni siquiera en el dolor y la pena somos capaces de ponernos de acuerdo. El espectáculo que ofrecen los políticos resulta descorazonador. Se diría que en vez de buscar la paz, la paz al menos entre ellos, lo que buscan es conservar o conseguir poder. Si el enemistarse sirve para este objetivo, pues adelante la enemistad. Y ¿qué decir de las relaciones personales tantas veces marcadas por el egoísmo? Eso de amarás a tú prójimo como a ti mismo es una piadosa exhortación que muy pocos creen. Nótese bien: no dice amarás a tú prójimo como él te ama a ti, sino como te amas a ti mismo. Ahora que lo tenemos aparcado a mi me gusta citar al Concilio Vaticano II: “La paz jamás es una cosa del todo hecha, sino un perpetuo quehacer...Es fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar. La paz sobre la tierra, nacida del amor al prójimo, es imagen y efecto de la paz de Cristo”. Fruto del amor: el que odia no puede tener paz; sobrepasa la justicia: brota de la gratuidad; es un perpetuo quehacer: requiere mucha paciencia: No, es fácil la paz. Pero es posible. Hace tiempo leí en un reportaje de prensa que la viuda de un militar asesinado por la banda terrorista ha cuidado durante un año y medio de la madre de uno de esos terroristas, logrando así que el odio no fuera la continuación de las pistolas.

Martín Gelabert, dominico