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Basílica - Parroquia
Nuestra Señora de Atocha

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II Domingo Cuaresma 2023

2 de marzo de 2023

 

Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí!
Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía:
«Este es mi Hijo, el amado,
en quien me complazco. Escuchadlo»

SALMO RESPONSORIAL:
QUE TU MISERICORDIA, SEÑOR, VENGA SOBRE

NOSOTROS, COMO LO ESPERAMOS DE TI.

 

Comentario a la Palabra

Sal de tu tierra...
En el relato de la vocación de Abraham podemos ver también reflejada la historia de miles de cristianos y cristianas que han vivido su fe con profundidad, con entrega generosa. Si nos detenemos a reflexionar sobre lo que somos como Iglesia, como comunidad y por qué no, en forma personal, podremos caer en la cuenta de que somos frutos de esas bendiciones prometidas a Abraham; reiteradas a lo largo de siglos, y cumplidas en nosotros. Hemos recibido la fe en un Dios que es amor, un Dios que sale la encuentro de cada hombre y mujer, la celebramos y compartimos porque otros se han atrevido a salir de su tierra, a dejar sus comodidades y, por supuesto, sus seres queridos para ponerse en camino...
Hoy también la llamada de Dios se renueva para cada uno y para cada una. Estamos invitamos a “salir de la tierra...” y a marchar por los caminos que el Señor nos muestra. Hoy más que nunca en la Iglesia necesitamos recorrer esos caminos en clave sinodal, haciendo caminos juntos, siendo dóciles a la voz de Dios manifestada en la Iglesia universal y las comunidades locales. Ponerse en camino... es la actitud necesaria hoy.

 

Este es mi Hijo, el amado... escuchadle
El relato de Mateo sobre la experiencia de Pedro, Santiago y Juan en la montaña con el maestro es tan conocido que corremos el riesgo de esclerotizar su riqueza bajo la ya tan conocida etiqueta de la “transfiguración del Señor”. Como recordaba U. Luz, “este relato es deliberadamente polifacético”. El contexto literario del relato mateano invita a tener en cuenta el camino de los discípulos hacia la pasión.

Hemos iniciado el camino cuaresmal, un tiempo propicio que la Iglesia nos ofrece para mirar nuestro caminar: el camino personal y el comunitario. El seguimiento de Jesús es un camino, aunque no exento de dificultades, dudas y frustraciones, que tiene también sus cimas, sus montañas de transfiguración, esas experiencias que renuevan, marcan y empujan a seguir adelante.

Sabemos que el camino cuaresmal es una invitación -personal y comunitaria- constante a escuchar al Hijo, al amado de Dios. Sin escucha no hay posibilidad de aprender del Maestro; sin escucha no es posible comprender lo que Dios nos pide en el contexto actual; sin escucha mutua en las comunidades eclesiales no podremos descubrir ni acertar el camino que nos pide el Señor. Por eso, creo que la escucha es una verdadera ascesis en estos tiempos, es un ejercicio que requiere de nuestro mayor esfuerzo. Eso nos conecta directamente con el mandamiento más importante del Antiguo Testamento: “escucha, Israel...”

Por otro lado, para escuchar debidamente, necesitamos conocer al que nos habla, que no es otro sino el Hijo Único, el amado de Dios. Por eso, necesitamos preguntarnos:

¿Conozco a Jesucristo? ¿He tenido experiencia de un encuentro personal con el Señor?
¿Escucho a los demás? ¿Me cuesta escuchar? ¿Dedico tiempo a escuchar a Dios en su Palabra y en la oración? ¿Estoy en modo sinodal, queriendo hacer camino con otros y otras? ¿Qué significa para mí hoy salir de mi “tierra”?

Fray Edgar Amado D. Toledo Ledezma OP
Convento Sto. Domingo Ra'y kuéra (Asunción, Paraguay)

www.dominicos.org/predicacion

 

Símbolos de la Cuaresma: El Monte

La palabra monte, sinónimo de montaña se utiliza incontablemente en la Biblia, no solo en el antiguo testamento sino en el nuevo.

Desde el Génesis 7:18, se menciona a los montes desde la creación: “Subió el nivel de las aguas mucho, muchísimo sobre la tierra, y quedaron cubiertos los montes más altos que hay debajo del cielo”. En Éxodo, 3:12 Dios le dijo a Moisés en la huida de Egipto: “Yo estaré contigo y ésta será la señal de que yo te envío: Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto daréis culto a Dios en este monte”.

La transfiguración se llevó a cabo en el Monte Tabor (Mt, 17:5) y antes de su pasión subió a orar al Monte de los Olivos o Monte Tabor.

Subir a la montaña significa elevarnos de la cotidianidad, significa dejar de mirar nuestra existencia de un modo tan rastrero, significa el poder elevar la mirada a Dios y escalar interiormente a un nivel superior de vivir y de amar. Subir la montaña es atrevernos a ver con verdad a ese interior que muchas veces se escapa y se evade con el ruido del mundo, entre fuegos artificiales, con aplausos y adulaciones efímeras de un mundo que refuerza todo aquello que no sea la intimidad con Dios.

Subir la montaña es atrevernos a mirar al interior. Atrevernos a ver en él la realidad de lo que hoy somos. Es ver aquello molesto que no logro cambiar, es dejar de estar distraídos con banalidades y decidir centrar mi mirada en el corazón para evaluar de qué adolece. Es poner mis pecados y fallos ante Dios y pedir perdón por ellos. Subir la montaña, es buscar un refugio donde nos podemos resguardar de aquello que nos duele.

Subir al monte es estar en paz. Es escuchar la voluntad de Dios en el interior y así poder optar. Es pedir su auxilio y ser rescatado. Es el lugar donde haciendo silencio nos encontramos con Dios para poder reducir esa brecha en lo que realmente somos y lo que podemos llegar a ser.